29 abril 2009

Anonimos ante Dios


El ser humano está inmerso en una necesidad. Ésta necesidad, más allá de aquella más básica
que es la de sobrevivir, se condice con una construcción como sujetos que se
inicia en un
momento crucial de nuestras vidas. Este momento es la
declaración de nuestro nombre. Existen
casos en que éste está designado generaciones
y generaciones precedentes a nuestra
existencia como una forma de reproducir una
tradición o intentar revivir a los muertos que ya son
polvo. En otros casos está
designado por los propios astros que se conjugan en una serie de
combinaciones que
ni el propio universal y omnisciente ser puede controlar. Porque al fin y al
cabo también al mismo
ser superior le fue legado un nombre, el cual proviene de la noche de
los tiempos.
Pero lo que nos hace seres particulares es el hecho que cuando nuestra memoria
sea
borrada por completo de los registros del tiempo fuera del tiempo, tampoco existirán nombres
posibles de definir nuestra condicionada realidad. Seremos anónimos ante
Dios, ante el
Tribunal de la nada, en ese mundo fuera de toda cronología. ¿De que
nos sirve al fin y al cabo
tener un nombre si al final no quedará nadie que pueda
nombrarlo? Luego de la batalla de los
cielos hasta los propios dioses perecerán, por
su propia codicia de tratar de darle a todo un
nombre ligado a una pertenencia ,que los hombres reclamamos, y que es la de nuestra propia
existencia.